La acualidad nacional no deja de incidir en la realidad de las localidades, por ello cada día la ciudadanía está menos dispuesta a involucrarse en la preservación de espacios públicos, de participar en actividades recreativas que pueden estar asociadas a la tradición, al patrimonio, ya que su única preocupación se enfoca en la satisfacción de las necesidades vitales prioritarias, la alimentación, la salud, el transporte, el acceso al agua, a la electricidad; pero olvidamos que esos elementos son parte de la cultura de un colectivo, son parte integral de la cultura, de la identidad, ya que la estabillidad y el acceso de calidad de esos recursos, de esos servicios indican la evolución, la relevancia que tanto gobiernos como ciudadanía le han otorgado a su calidad de vida, a su cultura.
La estética actual apunta a una desvalorización del todo, de la indiferencia ante el deterioro, la insalubridad, el vandalismo. La ciudad, por ejemplo, se ha acostumbrado a carecer de alumbrado público que le permita el acceso seguro a plazas, a espacios donde otrora el caraqueño, el venezolano, se reencontraba, jugaba, comía, donde disfrutaba de conciertos al aire libre o donde simplemente contemplaba o interactuaba con otras personas, muchas de ellas en sus años dorados, lo que favorecía la recreación de anécdotas, de historias de la ciudad, del pueblo.
Por otra parte, el proceso inflacionario impide a propietarios las respectivas labores de restauración, de ornato de fachadas de viviendas y comercios con interés patrimonial, lo que origina lamentablemente el progresivo deterioro de frisos, ventanales, puertas y de elementos arquitectónicos de importancia, que revelan los diferentes estilos de la urbe caraqueña y de cada espacio en el país.
El Hatillo no escapa de esa realidad, siendo las fachadas de su centro histórico de adobes, tejas, caña amarga, requieren de un continuo seguimiento y ciudado, de la atención de sus habitantes para que la acción del tiempo no merme su integridad, aunado a que muchas construcciones se presumen abandonadas, lo que incrementa el riesgo de deterioro, por la falta de mantenimiento. Los costos en refacciones, del material y la mano de obra, representan una alta inversión, como se ha señalado, que no puede ser asumida tampoco por la autoridad municipal, lo que ha dejado a la "buena de Dios" a la invaluable herencia arquitectónica de la comunidad hatillana, sin ahondar en el ámbito nacional.
Asimismo la calidad del discurso hablado del ciudadano se ha visto disminuido en cuanto a la calidad del uso de la palabra, cada día se escuchan modismos que distorsionan el respeto, la tolerancia y las normas más básicas y elementales de la educación. Si bien en cada época los jóvenes construyen expresiones propias, la cantidad de palabras vulgares, groseras, destruyen el rico patrimonio lingüístico del venezolano. Parece una suerte de virtud la deformación del lenguaje oral, por no decir del escrito que es casi nulo, a pesar de la cantidad de recursos electrónicos que se disponen para la producción de escritos y la lectura; aparte que lamentablemente hasta los diarios de circulación nacional han ido desapareciendo del hogar venezolano por los altos costos que suponen la producción y distribución de periódicos, con lo cual hace rato se perdió el inserto de las comiquitas que disfrutaban los más pequeños cada domingo.
El riesgo que corre el patrimonio cultural venezolano, se percibe, se siente hasta en los fogones, en la mesa de cada hogar, ya que los alimentos tradicionales también están sometidos a la tragedia que supone su adquisición, su elaboración y disfrute. Las navidades pasadas fue una odisea para cada habitante del país disfrutar de las multisápidas hallacas, sin mencionar el pan de jamón y otras delicias que anteriormente eran de casi obligatorio consumo en la mesa venezolana. Las arepas, las empanadas de la esquina, ahora son un verdadero lujo que es para unos pocos privilegiados, sin contar con el sancocho familiar, la celebración del cumpleaños con la torta casera, la gelatina y el suculento quesillo ahora son recuerdos en las mentes afortunadas que tuvimos la fortuna de conocer y disfrutar.
Sin mencionar el daño a la naturaleza, la cantidad de basura, la explotación indiscriminada de recursos naturales imprescindibles para el equilibrio del patrimonio natuural, no lo vemos en toda su dimensión en la actualidad, lo veremos en un futuro no tan lejano con toda su devastación y tragedia.
Esa sensación de pérdida, de abandono, de tristeza ante lo que nos deja, lo que va muriendo, se va acabando, es una constante en la psiquis del venezolano de a pie, es la suma de la imposibilidad de hacer, de construir, de compartir, de festejar. Es un momento particular donde la ausencia de los seres queridos que emigraron, que buscan calidad de vida, donde se pierde algo día a día, donde la actualidad abruma, donde el pasado duele y el futuro se muestra esquivo, donde el venezolano asume el riesgo de olvidar su identidad para evitar el sufrimiento, para evitar el recuerdo, porque lo inmediato es lo único que le interesa, el peligro que sufre el patrimonio está no solo en el exterior, lamentablemente está en el interior de cada ciudadano que pierde irremediablemente los valores que le identificaban, lo que lo hacían único, que le permitían convivir.
Uno de los peores daños, a nuestro juicio, es ese: el peligro de olvidar (nos), de dejar en el abandono más terrible aquellos rasgos que nos hacían los más hospitalarios, los más alegres, los más cordiales de todo el mundo. Cada día nos hacemos más insensibles, más preparados sí para el combate, la agresión, la sobrevivencia, dejamos de ser solidarios porque ya no tenemos ni cómo recibir la visita de nadie en el hogar, menos de ayudar a quienes lo necesitan, como el caso de la gente que actualmente sufre las inundaciones de los principales ríos del sur del país, cómo enviar agua, enseres, sí no se pueden adquirir, si no los tienes ni para tí mismo.
Con todo este panorama y tras esta reflexión, porque verla escrita es otra cosa, ya no diría que el patrimonio está en riesgo, sino que irremediablemente se está perdiendo, se debilita como las fuerzas del país en pleno.
Rogamos que la situación económica mejore, por el bien de los habitantes de esta noble tierra venezolana, y por el rescate y valoración efectiva del patrimonio cultural en toda su maravillosa extensión y riqueza.